samedi, août 25, 2007

Eliot el pez

A los 14 años sentí la necesidad de cuidar de un pez. No es que quisiera un animal de compañía. Lo que quería era "cuidar de alguien". Ya había intentado "cuidar de algo", una planta, pero la pobre se secó en una semana porque se me olvidó que tenía que regarla. Era lo único que debía hacer y lo olvidé. Pensé que el problema era la imposibilidad de comunicarme con ella. Con un animal sería más fácil. Y me pareció una buena idea empezar con un pez.

Se lo comenté a mi amiga Irene y al día siguiente vino a mi casa con un regalo. Una pecera de cristal, comida de peces y, por supuesto, un pececito gris que nadaba nervioso en una bolsa de plástico de esas que se usan para guardar caramelos. Le llamé Eliot.

Las cosas empezaron mal. Me cargué la pecera a los 5 minutos, al intentar llenarla de agua. Por suerte no quedó inutilizable, ya que sólo se rompió la parte superior. Pero al día siguiente le compré una nueva para que se sintiera como en un hotel de lujo. También compré unas plantas para decorarla y le metí unas piedras de colores que tenía guardadas y unos pitufos para que le hicieran compañía.

Pero Eliot no parecía feliz. Yo miraba como daba vueltas en la pecera, como aburrido de la vida, y me transmitía mucha tristeza. Ni siquiera se paraba a mirarme, ni tocaba sus juguetes, ni hacía nada de nada. No entendía que le pasaba. ¿Estaría aburrido? ¿Se sentiría solo? ¿Le darían miedo los pitufos?. Decidir hacer cambios en el interior de la pecera, que limpiaba 3 veces a la semana. Quité los pitufos y las plantas, metí una casita de lego y compré un buzo de plástico en una tienda de peces Pero nada, Eliot no respondía. Estaba como deprimido.

Hasta que unos días más tarde ocurrió. Descubrí lo que realmente le hacía feliz: la hora de la comida. Comer, comer y comer. Y yo era feliz viendo como devoraba. Le alimentaba 3 veces al día y Eliot se zampaba todo lo que le echaba. Era divertido observarle. En menos de un minuto todos los copos de comida de pez desaparecían del agua, no dejaba ni uno. Entonces me miraba y a mí me parecía que me pedía más. Añadía unos cuantos y le dejaba ahí, dando vueltas y comiendo, feliz de la vida. Por fin había encontrado la manera de hacerle feliz.

Pero un viernes de otoño, cuando volví del instituto, la asistenta que trabajaba en mi casa me comunicó lo peor. "Martita, el pescadito ha muerto. Está flotando." Me recorrió un sudor frío y me quedé paralizada. Decidí subir a mi habitación y verlo con mis propios ojos. Y, efectivamente, allí estaba Eliot, flotando boca arriba, con la tripa sobresaliendo. Le había hinchado a comida de pez, tanto tanto que el pobre murió de sobrepeso. Suerte que no explotó dentro de la pecera.

Llamé a Irene para comunicarle que me había cargado el pez que me había regalado unos meses atrás. Ella no me dijo mucho, pero se ofreció a ayudarme a deshacerme del cadáver. No le di más detalles. Sólo le dije que estaba muy gordito. No sabía que hacer con él. La asistenta me dijo que debía tirarlo por el retrete y olvidarme del tema. Pero en ese momento no me pareció lo correcto.

Así que cogí el cuerpito sin vida de Eliot, lo metí en una bolsa y fui a un parque cercano. Con una cuchara hice un surco, abrí la bolsa y dejé caer a Eliot en el interior. Tapé el agujero. Lo miré un rato y luego me fui.

7 commentaires:

Monchito el umpa-lumpa a dit…

"El pescadito ha muerto. Está flotando"... estas cosas se dicen con más delicadeza, ¿no? Hiciste bien en no tirarlo por el retrete, hubiera sido un poco feo. Aunque tu final me ha dejado un poco frío... Y lo has hecho a posta para dejarnos fríos, ¿por qué, Marta, por qué?

Hoy ví Ratatouille y quiero comprarme una rata. Compremos ratas y enseñémoslas a hervis espaguetis. Las ratas son las mascotas del futuro. Han llegado y son imparables.

Anonyme a dit…

"El pescado ha muerto"... es verdad, monchito esta en lo correcto, hay formas mas delicadas de decirlo, tenia que haberte dicho: "Echalotte, tu pez se subio al tejado...", el resto del chiste os lo sabeis.

"Para que ayudara a deshacerte del cadaver"?!?, eso no me ha quedado bastante claro, a no ser que tu amiga irene sea el señor lobo de pulp fiction, no acabo de ver en que puede ayudarte cualquier persona del planeta para deshacerte de un pez muerto, a mi lo del retrete me mola bastante, si lo entierras, alimentaras a un monton de insectos, que son bastante asquerosos, por contra, si lo tiras por el retrete, alimentaras a las ratillas peludas con su cuerpo inerte, y alguna podria hervir espaguetis para monchito (o remover las calderas para el doctor, it's the same)... todos sabemos que las cucarachas son incapaces de hervir nada... so, it's better to feed ratatui...

Habia leido lo de la capacidad infinita (bueno, al parecer no tan infinita) de comer de los peces, tu historia lo confirma.

milcolores a dit…

Me gusta tu blog ; )
EL pueblo por el que me preguntabas en el blog es Cadaqués (Girona) Tienes razón, es precioso.

Unknown a dit…

oh! Marta! pobre Eliot!
¿Que problemas y traumas teneis todos con los bichos no?
Y Si, Cadaqués es precioso!!
Besinesss

Sophie a dit…

yo tb sobrealimenté a mi pez naranja.
estas cosas deberian de advertirlas en los paquetillos de comida.

mi marde queria tirarlo por el retreté pero al final lo enterré en una maceta de mi hogar.

;)

Niño Voltio a dit…

Un pez siempre constituye un elemento desequilibrante en la vida de uno. Los peces son frágiles. Descerebrados. Absurdos en su condena cristalina. Y siempre acaban muriéndose, creando un sentimiento de culpa horrible del que es difícil escapar. Yo todavía me acuerdo de los míos. De aquellos que asesiné cuando tenía 5 o 6 añitos, y pretendía hacerles la vida más agradable con un trampolín-mano. ¿A quien puede reventar un divertido chapuzón? Sólo a un pez. Ningún niño debería tener un pez. La culpa es mala. Y la culpa es suya. Por débiles. Por bobos. Por peces.
Mucho mejor una rata, como mi Cleo... Aunque se quedó paralítica...
Bueno, es que los animales y yo tenemos una relación amor-odio curiosa.
Eliot.
Descanse en paz.

Ohdiosa a dit…

oohhh! yo también tengo una experiencia traumática con peces...

cuando tenía 16 años me regalaron tres peces, uno naranja y dos de esos que tienen las aletas tan grandes...como si fuesen ángeles...

todo iba estupendamente hasta que a las 2 semanas comprobé el que el naranja se estaba comiendo las aletas de los otros!!!! los pobres flotaban de mediolado boqueando y nadando como buenamente podían...y el otro les atacaba...hasta que murieron los pobrecitos...no tardaron nada...

respecto al pez naranja...digamos que ya no volvió a comerse a nadie mas...